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abril 2, 2018

Países como Chile todavía vierten desechos mineros tóxicos al mar

En Chile
Oceana I Claudia Pool

Por Bethany Augliere

En el mundo moderno de hoy, los seres humanos necesitan minerales. Artículos de uso diario como los teléfonos celulares, los televisores plasma, los artefactos para calefaccionar las casas y los utensilios de cocina, entre muchos otros, son fabricados con metales como el cobre, el zinc y el platino. Se extraen desde depósitos geológicos ubicados en la profundidad de la corteza terrestre.

“La búsqueda de estos minerales daña el medio ambiente”, dice Craig Vogt, ex subdirector de la División de Protección de Costas y Océanos de la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos. Para obtener un metal de valor comercial, se debe primero refinar, lo cual genera un subproducto de barro y roca, denominado “relave minero”. Este desecho debe depositarse en algún lado una vez que se extrae del suelo. “Qué hacer con el relave”, señala Vogt, “ese es el tema en minería”.

De las 1.950 minas operativas en el mundo –presentes en todos los continentes excepto en la Antártica—la mayoría elimina los relaves en grandes depósitos abiertos ubicados generalmente entre los valles, conocidos como tranques de relaves. Las diez mayores empresas mineras a nivel mundial tienen sus sedes centrales en Australia, Brasil, Canadá, China, India, México, Suiza y el Reino Unido. Todas vierten sus relaves en tierra, pero en un puñado de países, incluyendo Indonesia, Noruega y Chile –el mayor productor de cobre del mundo—el residuo de lodo de algunas mineras, se vierte en el mar.

“Si vas a dejar relaves en el fondo del océano, vas a asfixiar el lecho marino”, dice Lindsay Vare, geoquímica de la Asociación Escocesa de Ciencia Marina. La vida en el océano muere en los lugares en donde las mineras vierten sus residuos, la diversidad de especies cambia y disminuye.

La minería puede ser destructiva, pero no va a desaparecer. Tan sólo en Estados Unidos, la demanda de minerales ha aumentado 20 veces durante el último siglo, alcanzando 3,3 billones de toneladas de minerales al año, mientras que el consumo global no da señales de disminuir.

Aun cuando se han hecho esfuerzos por reducir los impactos a través de la legislación, Vare señala que se puede hacer más para entender qué pasa con el medio ambiente en lugares donde se vierten relaves. “Estos deben ser eliminados, de una u otra forma. La pregunta es definir las mejores prácticas”, dice ella.

Relaves problemáticos

Una vez que la roca se extrae de la tierra, se pulveriza hasta obtener partículas muy finas, que en general se refinan mediante el uso de químicos para separar el material valioso, como el cobre o el cobalto, del desecho. El proceso resulta en un lodo tóxico de relaves mineros que contienen sustancias como arsénico y mercurio, los cuales amenazan la salud del ser humano y de la vida salvaje. La mayor parte de lo que se extrae termina en desecho, lo cual representa el 99.9% del material procesado en la producción de oro, el 99% en el cobre y el 60% en el hierro.

“A veces, disponer el relave en tierra no es la opción de preferencia”, dice Vare. Por ejemplo, en Indonesia y Papúa Nueva Guinea, las áreas que están junto a los tranques de relave son susceptibles a terremotos e inundaciones durante las fuertes lluvias. A 2015, 16 de las 1.950 minas alrededor del mundo vierten sus relaves al océano en países como Chile, Indonesia, Noruega y Turquía.

“Puede que sean pocas, pero que una sola mina disponga sus relaves en el océano es mucho”, dice Javiera Calisto, abogada de Oceana en Chile. Los científicos aún no conocen totalmente las consecuencias negativas de esta práctica, pero hay estudios que indican que reducen la biodiversidad y que los metales se acumulan a través de la cadena alimenticia y en los peces.

“Las aguas profundas son un lugar difícil y caro de estudiar”, dice Vare. La escasez de información dificulta el desarrollo de regulaciones y de mejores prácticas para la disposición de los desechos mineros. La legislación internacional se ha preocupado de proteger los océanos del vertido de desechos y de la contaminación desde 1975, pero estas leyes no abarcan el material geológico, argumento que las compañías mineras han utilizado para decir que no están sujetas a la legislación internacional dado el origen geológico de los relaves.

“Los desechos tienen que ser depositados en algún lado”, dice Vare. La pregunta es dónde. “Eso es decisión del país”, agrega. Las mejores prácticas deben ir hacia la protección del medio ambiente, considerando los factores económicos y sociales.

Dispersión Profunda

Para Eulogio Soto, biólogo marino de la Universidad de Valparaíso en Chile, el vertido de relaves al océano es simplemente una mala idea. La costa chilena es una de las zonas oceánicas de mayor producción biológica del mundo, dice. Algunos de sus ecosistemas más importantes están protegidos con el fin de conservar su alta biodiversidad y las especies que no se encuentran en ninguna otra parte del mundo, como el pingüino Humboldt. Los relaves pueden trasladarse cientos de millas y dañar ecosistemas prístinos. “Chile no debería verter en el océano”, dice, “por ningún motivo”.

En Chile, actualmente sólo una mina arroja sus relaves al mar. Luego de 40 años de verter sus desechos en el océano, en febrero de 2018, la minera accedió a detener esta práctica, pero según Calisto esto podría demorar hasta siete años. Su meta es apurar este proceso.

Calisto reconoce que la minería es necesaria en Chile, pero los impactos son demasiado serios. “No podemos poner en riesgo todo un ecosistema y otras actividades productivas que se verían afectadas por la contaminación”, dice.

 El Futuro de la Minería

Soto teme que en el futuro otras mineras chilenas presionen para poder verter sus relaves en el mar. Según un informe de 2015 elaborado por un taller internacional sobre impactos de relaves en el océano, hasta 20 mineras a nivel global podrían iniciar prácticas similares en los próximos años. Ese riesgo es especialmente alto en lugares donde el acceso a tierra es limitado, como en Noruega o Papúa Nueva Guinea.

En la medida en que las sociedades avancen hacia tecnologías de energía verde, la demanda de minerales aumentará. Los autos eléctricos necesitan más cobre que los vehículos a bencina o gas, y un solo parque eólico puede contener entre 4 a 15 millones de libras de cobre. La minería no va a desaparecer muy pronto. La pregunta es, ¿puede ser más limpia?

En Chile, Calisto espera que la respuesta sea un sí. Una vez que la última mina del país pare de verter los relaves en el océano, “Chile estará libre de esta actividad”, dice. “Queremos ser el ejemplo de este nuevo camino del siglo 21”.