agosto 4, 2011
Otra vez la salmonicultura
BY: Annelore Hoffens
La industria salmonera continúa llenando espacios en la prensa nacional y extranjera, no por sus éxitos ni virtudes, sino por los graves problemas sanitarios y ambientales que provoca su actividad. Por tercera vez en menos de un año, el New York Times publica un artículo sobre la salmonicultura chilena, revelando que los productores nacionales usan antibióticos y otras sustancias no autorizadas en Estados Unidos.
Dicha información consta en el informe que elaboró la FDA, agencia norteamericana de control de alimentos y químicos, luego de la visita inspectiva que realizó a Chile en abril pasado un equipo de esa institución. Pero los problemas van más allá. Este año comenzó con el escape de casi un millón de salmones y truchas en la Región de Los Lagos. Estos ejemplares, al ser especies exóticas y carnívoras, provocan serios daños a la fauna nativa, además de transmitir enfermedades y parásitos.
Los habitantes de Melinka, en Aysén, denunciaron, sin mucho eco en la autoridad, que el aire estaba irrespirable debido a la putrefacción de una balsa-jaula donde murieron todos los peces por enfermedad, sin que nadie se hiciera cargo. En el ámbito social, las repercusiones son igualmente alarmantes. Los despidos ya llegan a 5.000 y amenazan con llegar a 15.000 dentro de un año. Los bancos se resisten a dar crédito a los salmoneros, un indicador de la poca credibilidad de la que goza el gremio y del negro futuro que los analistas anticipan para esta actividad.
Luego de años de negación, tuvo que ser la primera de las notas en el NYT, y no la preocupación oportuna y genuina por la salud pública y el medioambiente, la que gatillara la creación de la Mesa del Salmón, instancia pública comisionada para revisar la regulación aplicable y manejar la grave crisis. Este nuevo artículo confirma que ni la industria salmonera ni el gobierno han hecho lo suficiente para hacerse cargo de la crisis ambiental y sanitaria existente. Sin duda, imperó la falta de visión de futuro de un sector empresarial que pensó que ahorrándose los costos de la protección del medioambiente y la salud de las personas podía ser más competitiva.
Ahora deben hacerse responsables de no escuchar las advertencias que la comunidad científica y organizaciones de la sociedad civil realizamos insistentemente. El Estado debe asumir su rol regulador, compatibilizando el crecimiento económico con la protección ambiental y la salud pública.
Nos parece importante que se anuncie cuanto antes un plan de reducción de antibióticos que prohíba su uso preventivo, además de aquellos que, como las quinolonas, no están autorizadas en los mercados relevantes como el norteamericano.
Las crisis pueden convertirse en oportunidades si se hace a tiempo una autocrítica profunda y se cuenta con la disposición necesaria para introducir cambios sustanciales que aborden en toda su magnitud los factores que las provocan. Sin embargo, ni el sector salmonero ni el gobierno han demostrado tener la habilidad o la voluntad para actuar de forma decidida, integral y con visión de largo plazo.
Compartimos plenamente el deseo del gobierno de asegurar las fuentes de trabajo, pero si lo mostrado hasta ahora es lo máximo que están dispuestos a mejorar, entonces lo más conveniente sería repensar la estrategia de desarrollo regional, potenciando aquellas actividades económicas como el turismo y la pesca artesanal que pueden ser sustentables medioambientalmente y brindar tanto omás empleo que el que dio la salmonicultura en su mejor momento.